¿Cuántas veces te has sentido agotad@ intentando hacerlo todo perfecto? Es fácil caer en la trampa del perfeccionismo, pensando que necesitamos ser impecables para sentirnos válid@s o para ganar el respeto de los demás. Pero la verdad es que la perfección no existe. La vida está hecha de imperfecciones, y aprender a verlas como parte de nuestra belleza puede ser liberador.
En la filosofía japonesa wabi-sabi, se celebra la idea de que lo imperfecto, lo incompleto y lo impermanente tienen su propia belleza. Una taza con una grieta, un árbol torcido o un suelo desgastado cuentan historias; su esencia no está en lo perfecto, sino en lo auténtico. ¿Y si pudiéramos aplicar esta mirada a nosotr@s mism@s? ¿Y si pudiéramos ver nuestras “grietas” como partes de lo que nos hace únic@s?
Ser perfect@ no es lo que nos hace valios@s. De hecho, cuanto más intentamos borrar nuestras imperfecciones, más nos alejamos de lo que realmente somos. La perfección muchas veces esconde miedo: miedo a no ser suficiente, miedo a que nos juzguen, miedo a fallar. Pero, ¿qué pasaría si nos diéramos el permiso de ser imperfect@s? Si pudiéramos aceptar que nuestras marcas, nuestros errores y hasta nuestras dudas forman parte de nuestra historia, ¿cómo nos sentiríamos?
Aceptar tu humanidad es la mayor prueba de generosidad hacia tí mism@. No necesitas cumplir con estándares imposibles. Eres un ser humano, con días buenos, días malos y, sobre todo, con el derecho a equivocarte. Tu belleza no está en lo que encaja en un molde, sino en todo lo que te hace auténtic@.
Así que, la próxima vez que sientas que no estás “a la altura”, pregúntate: ¿Qué tiene de malo ser imperfect@? La respuesta es nada. Porque en tus imperfecciones está tu historia, tu fuerza y lo que realmente importa.